«No creo sino en lo que toco profundamente. Nadie sabe lo que puede un cuerpo y a veces hay que hablar por medio de la herida. El cuerpo del delito, placentero o disuelto, nos interpela para asumir un arte de la vida, intempestivo o inverosímil».
“La calma, la ironía y la astucia son preferibles a una nueva protesta de la que puede preverse que volverá a recurrir, como hace toda literatura, a las artimañas. Y esa protesta se consideraría de inmediato inadmisible. ¿No deberíamos en cierto sentido aspirar a un goce que comprometa a la totalidad del ser, oponiéndonos a los intereses del egoísmo que, para nuestro pesar, no dejamos de encarnar? En este plano la tragedia y la comedia, e incluso la auténtica novela, en la medida en que reflejan con el brillo deslumbrante de sus variadas facetas la multiplicidad cambiante de la vida, han respondido del mejor modo posible a nuestro deseo de perdernos –trágicamente, cómicamente- en ese vasto movimiento por el que se pierden constantemente los seres. Y aunque sea cierto que las artimañas constituyen el motor de la literatura, y que un exceso de realidad podría dispersar el aliento que nos leva al punto de la resolución hacia que el ésta nos guía, es igualmente verdad que sólo gracias a la audacia hemos podido percibir, al atravesar la angustia ficcional ante la muerte o la degradación, ese goce excesivo que lleva al ser a su pérdida. Sin esa audacia no podríamos oponer a la indigencia de la vida animal las riquezas de la religión y del arte” (Georges Bataille: Historia del erotismo, Ed. Errata Naturae, Madrid, 2015, p. 120).